Desde hace tiempo tengo estas ganas de contar nuestra historia, la historia de mi relación con Léa. Pero por desgracia, a excepción de algunos cómplices, amantes o amigos libertinos, nunca tuve el valor de abordar este tema con seres queridos o de asumir esta faceta de mi vida, aunque indispensable si alguien quisiera conocerme de verdad.
Mi familia, una burguesía provincial tradicional, está a mil leguas de poder si quiera imaginarlo. Mi entorno profesional, tan centrado en la competencia y las apariencias, es seguramente el último lugar donde podría hablar de ello libremente sin que perjudicara gravemente mi carrera.
Si bien en las grandes empresas se admite tácitamente que un hombre pueda tener necesidades o deseos con otras mujeres, ser cornudo representa probablemente el peor estigma en estos juegos de poder. Encontrar un público sin riesgos equivale entonces a una misión imposible, y sin embargo, no soy culpable de ningún crimen.
Tras 22 años de matrimonio y casi 25 de convivencia, apenas quedan en nuestra pareja rastros de los preceptos morales tradicionales y de la imagen modélica e idílica de la pareja perfecta en todos los aspectos. Y aunque es la cuna de un amor profundo y honesto, la mayoría de la gente ni podría ni querría entender su funcionamiento, limitándose a juzgarnos y rechazarnos para darse buena conciencia.
Atención, no confundir: no necesito justificarme. Simplemente quiero compartir esto con personas capaces de apreciarlo, sin juicios ni llamados al cura para un exorcismo exprés. Así que aquí voy, me lanzo para ustedes y espero que les guste.
Esta noche, mi espléndida esposa Léa salió con Stéphane, su amante. Lo conozco bien porque llevan ya más de dos años juntos y se aman. Probablemente volverán muy tarde, de madrugada.
Él abrirá el portón del jardín; tiene un mando a distancia que mi mujer le regaló para que se sienta como en casa aquí y pueda venir cuando quiera verla y hacerle el amor en nuestra cama. Meterá su coche en la entrada y lo estacionará frente a la casa dando un pequeño toque de claxon para avisarme de su llegada.
Bajaré, desnudo, a la cocina para sacar la botella de champán del frigorífico y llenarles dos copas.
Como la temperatura es más que agradable esta noche, si ya han hecho antes el amor, mi mujer estará completamente desnuda, llevando solo sus zapatos. Si hubiera hecho demasiado frío o hubiera gente en casa, podría haber guardado su abrigo o su impermeable, pero estando totalmente desnuda por debajo.
Es una regla muy importante, sin excepción: si hace el amor fuera de casa, no puede quedarse con la ropa al regresar y no debe limpiar el semen ni ninguna otra mancha que tenga en ella o dentro de ella.
Esta tarea me corresponde a mí, y debo limpiarla con mi lengua.
¡Suena el timbre de casa! Depósito las dos copas y la botella en el mueble de la entrada y abro la puerta.
Mi mujer está ahí, desnuda, el índice izquierdo sobre el timbre, la mano derecha entre sus muslos aprisionando su sexo. Me sonríe; sus pechos están firmes, los pezones erectos, señal de su excitación.
"Buenas noches cariño, ¿estás bien?" Veo su mirada posarse en mi pene y comprobar satisfecha que tengo una erección fuerte.
"Espero que no te hayas masturbado demasiado. ¡Cerdito!" dice entre risas. Como siempre, esta situación me excita al máximo. Verla volver feliz tras haber sido penetrada me vuelve loco, tal vez incluso más que hacerlo yo mismo, y ella lo sabe.
El maquillaje de sus hermosos ojos color avellana está ligeramente corrido. El pene de Stéphane es mucho más grande que el mío y a veces le arranca lágrimas de placer. Su pelo castaño, semilargo con reflejos rojizos, está algo revuelto.
Sé que a Stéphane le encanta deslizar suavemente sus dedos por el pelo de mi mujer cuando se lo chupa o tirarle de él con fuerza cuando se la folla por detrás, a cuatro patas. Esa mezcla de dolor y placer la hace gritar.
"Cariño, date prisa, ¡se me sale!" dice Léa. Me arrodillo rápido frente a ella, entre sus piernas, apoyándome en mis talones. Léa inclina su pelvis hacia adelante para que su vagina quede bien frente a mi boca. Mi nariz casi toca su pubis siempre completamente depilado.
"¡Huele fuerte a zorra en celo por aquí!" digo sonriendo.
"Visto lo que otro que mi marido me acaba de hacer... ¡puedo admitirlo! Pero al mirarte, intuyo que no te quejas."
Sentía mi polla tensa, tiesa de deseo. Mientras Stéphane cogía las copas de champán para Léa y él; Léa iba a darme mi néctar, que no cambiaría por nada en el mundo.
"Abre bien la boca cariño, Stéphane me llenó bien con su gran pija. ¡Va a salir rápido!" Efectivamente, aunque mi boca estuviera justo bajo su hermosa vagina; cuando Léa quita su mano, un gran chorro de semen se escapa de sus labios. La mitad del líquido cae en mi boca.
Lo trago degustándolo y me apresuro a meter mi lengua en su vagina de golfa en busca del mínimo resto de lefa o jugo. Giro mi lengua y chupo con ruido.
"¿Le gusta a mi cornudo?" preguntó Léa a Stéphane, quien bebía su copa de champán observándonos.
"¡Me imagino!" respondió él. Se acercó a Léa para acariciarle los pechos y besarla apasionadamente mientras dejaba caer su ropa al suelo. Ahora estábamos los tres desnudos.
"Un cornudo bueno siempre está feliz de tragarse el semen de la polla grande que pone los cuernos. Aunque esta noche, él no bebe ese semen de su esposa, sino de Mi puta" anunció él orgullosamente.
Oí a Léa gemir mientras mi lengua giraba en su vagina y las manos de Stéphane acariciaban sus pechos. Recuperó el aliento y dijo:
"¿Oyes Alex? Esta noche no soy tu mujer. Soy su puta, su golfa, ¡le pertenezco completamente! ¿Entiendes? ¡Soy de él, y puede hacer de mí lo que quiera!" Interrumpí mis lamidas y dije claramente:
"Sí, cariño, le perteneces completamente." Al decirlo, la otra mitad del chorro de semen, que no había entrado en mi boca y quedaba suspendido en mi barbilla, cayó en hilos sucesivos directamente sobre mi pene.
La sensación del semen del amante de mi mujer escurriendo por mi glande, a lo largo de mi verga hasta mis testículos me electrizaron. Estuve al borde del orgasmo. Ojalá fuera lo suficientemente flexible como para chuparme ese semen de la polla. Stéphane no se había perdido nada. Se inclinó hacia mí, agarró mi pene y lo apretó fuerte en la base. Le dijo a Léa:
"Oh amor mío, mira, Alex tiene mi esperma chorreando en la polla... Digamos que está eyaculándolo fuera y cae al suelo. Qué desperdicio, ¡seguro que una golfilla como tú no puede dejar eso así! ¡Échate boca abajo y lamé mi lefa del suelo como una puta!"
"Sí, mi amor, ¡claro que sí!" dijo arrodillándose y besando apasionadamente a Stéphane de paso.
Stéphane, de rodillas a mi lado, todavía sostenía mi verga en su mano y empezó a sacudirla para que cayera más semen sobre el terrazo, para que su puta viniera a lamerlo sacando largamente la lengua.
"Ves, esta puta es mía, me la follo bien y ella se corre como loca cuando le meto la polla en el coño y en el culo..." Sin previo aviso, hundió el índice de su mano izquierda bien hasta el fondo de mi ano y empezó a moverlo sin miramientos. Ese dedo en mi culo, mi polla sacudida y la visión de mi mujer lamiendo el semen de su amante del suelo mientras la llamaban "puta"... No pude contener mi corrrida, increíblemente intensa. Sintiéndola venir, Stéphane dirigió mi pene hacia Léa y le dijo que recibiría un extra.
Potentes chorros de semen fueron al suelo y a la cara de Léa, que se incorporó un momento para verme acabar, pero no dejó de lamer nuestros fluidos... ¡Le encantaba! Justo antes de tomar mi polla en su boca, me dijo:
"Alex, todavía no has limpiado la polla de Stéphane, mi amor. Creo que ya va siendo hora. Tengo ganas de hacer el amor con él otra vez, así que seguramente dormirás en el sofá, ya que soy de él; ¡nosotros ocuparemos el dormitorio!" Stéphane se levantó y me ofreció su polla que recobraba vigor. Me la llevé a la boca y me concentré en limpiarla y volverla a preparar mientras Léa también me la chupaba.
"Hay que admitir que tu cornudo es un buen mamador... Ven amor, te deseo. Ven a besarme, seguro que hueles a semen como una putita de cincuenta euros. Ven, haré que te corras a gritos como una perra". Léa se levantó y se acurrucó en sus brazos, besándome tiernamente y diciéndole palabras de amor que seguramente sentía.
Subieron juntos la escalera cogidos de la mano, dirigiéndose a nuestro dormitorio. Justo antes de desaparecer, se detuvieron en el rellano, se abrazaron con ternura y se besaron apasionadamente. Al terminar el beso, Léa se giró y me lanzó un guiño y una sonrisa.
Era feliz y todavía tenía una noche de amor ante ella, dejando la puerta abierta para que yo pudiera oírlo todo. ¡Sentí que mi polla volvía a endurecerse!
Pero ¿cómo llegamos aquí? ¿Qué etapas se franquearon para que vivamos nuestra sexualidad, quizás algo "particular", con total libertad y complicidad?
Para hacer el relato más llevadero, lo dividiré en capítulos respetando la cronología para mostrar la evolución. Espero que lo hayan entendido, pero les confirmo que en lo que cuento no hay fantasías ni mentiras. Solo hechos reales. Eso sí, por razones de confidencialidad, cambiaré algunos nombres y lugares.
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