Cuando la señora vio a los dos hombres entrar en su habitación de hotel, pudo formarse una idea más precisa de los dos desconocidos que había invitado a reunirse con ella.
Uno de ellos era alto, delgado, y debía tener unos 40 años. Tenía el cabello castaño, y sus ojos claros brillaban en la penumbra. La señora notó su traje de marca.
Su compañero era ligeramente más bajo que él y ancho de hombros. Tendría treinta y tantos años, era moreno, de tipo mediterráneo. Su rostro aristocrático de aventurero resultaba especialmente seductor, y también iba vestido con un traje de precio exorbitante.
Había contratado sus servicios por internet porque quería vivir una experiencia de trío.
Había dudado mucho tiempo, pero su deseo sexual se había vuelto tan fuerte y su fantasía de que dos hombres la tomaran al mismo tiempo; necesitaba vivir esa experiencia.
La habitación era muy grande y oscura, y los dos hombres dispusieron velas por toda la sala para iluminarla. Sombras inquietantes se perfilaban en las paredes, y la señora se preguntó por un instante si no debería salir corriendo.
- Gracias por habernos invitado, señora -dijo el más alto.
En la penumbra, ella vio que sus ojos gris acero brillaban de deseo por ella. Y con razón: la señora era una mujer joven de cabello rojo y rizado, de cuerpo delgado, con unos bonitos pechos redondos bajo su top rosa, y un hermoso y pequeño culo moldeado por sus vaqueros demasiado ajustados. Una verdadera muñequita sexual...
El hombre indicó la cama.
- Si quiere acomodarse allí...
La señora dudó un instante, luego le obedeció. Se dirigió hacia la cama.
-
Ustedes... ¿dijeron que me harían vivir una experiencia de trío?
-
Sí señora, confirmo que eso es lo que dije -respondió él con una gran sonrisa.
La señora se tendió sobre el colchón, y el segundo hombre se acercó a ella. Pensó que debería desconfiar, pero extrañamente, el apuesto desconocido le inspiraba confianza.
- Ahora, tendrá que desvestirse -dijo con su voz suave y cálida.
La señora sabía que había venido para eso, pero aún así dudó un instante. Nunca se había desnudado ante hombres desconocidos antes; en verdad, solo había conocido a su marido, que ya no la tocaba...
No llevaba sostén, y vio los ojos de los dos hombres centellear en la oscuridad cuando reveló sus hermosos pechos semejantes a melones bien maduros.
El mayor de los dos hombres se acercó a ella, luego se arrodilló a su lado.
-
¿Puedo comenzar? -preguntó.
-
Yo... Eh... Sí...
-
Separe los muslos, por favor.
La bonita pelirroja obedeció suavemente.
El hombre se inclinó entre sus muslos para observar su bonito y pequeño coño totalmente depilado. Vio entonces una leve gota de rocío perlarse sobre su vulva ya húmeda...
-
¿Está mojada, señora?
-
Yo... Sí... Quizás...
El hombre olfateó entonces la intimidad de la señora como si fuera una exquisita golosina.
- Huele deliciosamente bien -comentó-. Siempre me dijeron que las pelirrojas tienen un aroma embriagador.
La dama se tapó instintivamente la boca con ambas manos. No podía creer que estuviera abriendo los muslos en una habitación oscura, para estos dos hombres sedientos de sexo...
- ¿Aceptaría que le pongamos esposas, señora?
La dama no esperaba eso. Había aceptado jugar a su pequeño juego hasta ahora, pero llevar esposas en presencia de estos dos desconocidos le parecía particularmente peligroso.
- Con gusto -respondió.
El más joven de los dos hombres fue a buscar algo en su maletín de cuero, luego regresó con un par de esposas cuyo brillo metálico era especialmente siniestro.
Ató las manos de la señora a los barrotes de la cama, por encima de su cabeza.
Era su prisionera, ahora.
El hombre se incorporó entonces ligeramente sobre ella.
- Ahora, voy a saborear sus hermosos pechos -le dijo sin más preámbulos.
La señora no tuvo tiempo de responder. El hombre se había abalanzado sobre ella como un águila sobre su presa, depositando besos ardientes sobre la carne mullida de sus pechos, sus pezones, su vientre tembloroso. Luego subió hacia sus pechos y los tomó en sus grandes y cálidas manos, y los lamió entonces ávidamente, deleitándose de su carne de mujer como una fiera hambrienta.
La señora no pudo evitar gemir al sentir la lengua caliente y húmeda del hombre sobre su cuerpo. Instintivamente, movió sus muñecas para rechazar al hombre, pero por supuesto, las esposas le impidieron esbozar el menor movimiento defensivo. No esperaba que lamiera así su cuerpo... Era tan intenso, obsceno, excitante...
- Me encanta el sabor de tus pechos -dijo tuteándola-. Nada iguala un par de pechos grandes como los tuyos.
Hablaba de ella como de un trozo de carne. Eso la hacía mojar terriblemente...
- ¿Me pasas el Nutella? -preguntó a su colega.
Éste fue a buscar el tarro de crema de chocolate y se lo pasó. La señora, en cambio, miró al hombre con aire incrédulo.
- Ahora, señora, voy a lamer el Nutella de tu bonito y pequeño coño.
La señora dio un nuevo tirón a las esposas, que estaban más apretadas que nunca. Una ola de deseo ardiente se propagó entonces por todo su cuerpo... Con los ojos desorbitados, vio al hombre hundir su índice en el tarro de Nutella...
Acercó entonces su dedo a su pequeño coño tembloroso, y masajeó la espumosa crema de chocolate sobre los labios de su vulva... Echó la cabeza hacia atrás y gimió suavemente, y luego se repuso. No quería que el hombre viera que sentía placer. Se mordió por tanto el labio inferior, mientras el desconocido continuaba cubriendo su intimidad con chocolate.
- Listo -dijo al dejar el tarro en el suelo.
Se inclinó de nuevo entre sus muslos, y la señora tuvo que morderse el labio hasta sangrar para no gritar al sentir sus labios suaves posarse sobre su sexo. Los besos que depositaba sobre su vulva eran tan ligeros y dulces como mariposas... El cuerpo de la señora se tensó, y tiró de sus esposas como una loca.
Pero no podía ni moverse ni huir. Estaba ofrecida a los dos hombres en bandeja, y podían hacer con ella lo que quisieran.
La señora sintió entonces la gruesa lengua húmeda del hombre posarse sobre su coño, y comenzó a pasearla por su intimidad.
Era tan fuerte... Tan potente...
Saboreaba cada rincón de su pequeño coño, deleitándose de su pubis, sus pequeños labios, su clítoris como de un delicioso postre. Esta vez, la señora no pudo evitar gemir... Nunca había sentido una sensación tan agradable en toda su vida.
-
Creo que le gusta lo que haces -dijo el más joven, que no se perdía ni una migaja del espectáculo.
-
Está deliciosa -dijo el otro, cesando un instante de lamer a la señora-. De verdad tienes que probarla tú también.
-
Eso pienso hacer.
El hombre alto tomó los muslos de la señora con sus poderosas manos para separarlos aún más, luego hundió de nuevo su rostro en la intimidad de la dama y lamió su coño con voracidad. Su lengua se deslizó primero de abajo arriba por toda la superficie de su vulva, luego se posó de repente sobre su clítoris. Pellizcó entonces su tierno botón, y los gemidos de la señora se intensificaron.
- Yo... Yo... -balbuceó.
Para su gran sorpresa, la señora sintió que estaba al borde del orgasmo. Pero la lengua de aquel hombre sobre su coño era absolutamente maravillosa...
Hundió su índice en la vagina de la señora, y comenzó a dedearla mientras continuaba lamiendo su coño cubierto de Nutella.
La vulva de la señora fue sacudida por espasmos de placer ardiente, y tiró de sus esposas mientras un orgasmo fenomenal sacudía todo su cuerpo. Nunca se había sentido tan vulnerable como en ese instante; nunca había dejado que un hombre se aprovechara de su cuerpo hasta ese punto; y precisamente eso multiplicaba la potencia de su orgasmo.
Cuando terminó de correrse, el hombre se incorporó lamiéndose los labios.
- Me ha encantado tu coño. Gracias por permitirme lamértelo.
Tomó entonces un pañuelo del bolsillo de su chaqueta de traje, y limpió delicadamente los restos de Nutella que quedaban sobre su sexo.
La señora se estremeció y cerró los ojos. Cuando los abrió, vio que el más joven de los dos hombres se había acercado a ella.
- Ahora me toca saborearte a mí.
Se sentó lentamente a su lado, en la cama, luego recorrió con la mirada las generosas formas de la dama mientras le sonreía. Tenía la impresión de que la devoraba con la mirada...
Posó entonces su mano cálida sobre la mejilla de la señora, y la acarició. Luego su mano descendió, masajeando su cuello... la parte superior de su pecho... sus pechos... sus pezones endurecidos por el deseo... su vientre... su coño... Al sentir su mano sobre su sexo, la señora levantó instintivamente su pelvis hacia él, como pidiéndole que hundiera un dedo en su vagina.
-
¿Qué pasa, señora?
-
Me... Me gusta lo que hace... Continúe, por favor...
Continuó acariciando su vulva, masajeando suavemente sus labios con sus hábiles dedos, luego su clítoris.
La señora gimió una y otra vez... Le era imposible evitarlo...
- Oh... Meta un dedo en mi coño, por favor...
Le sonrió, luego hundió lentamente su índice en su vagina empapada de deseo.
- Sí... -murmuró-. Más...
Mientras hacía ir y venir su dedo en el coño de la señora, olas de intenso placer recorrían el magnífico cuerpo de la dama. Sentía que si continuaba así, iba a correrse de nuevo...
- Voy a dejar de masturbarte señora, porque no quiero que te corras todavía -dijo como si hubiera adivinado que estaba al borde del orgasmo-. Quiero tomarme mi tiempo contigo.
Su colega se dirigió de repente hacia el maletín de cuero, y sacó una botella de champán. Hizo saltar el tapón, y la señora se sobresaltó al oír la detonación.
- No temas -dijo el más joven tomando la botella-. Solo quiero beber este champán sobre tu sexo.
Hizo correr el precioso néctar sobre su coño. Sintió las burbujas chisporrotear sobre su carne núbil, y el alcohol aún fresco le dio piel de gallina y la hizo estremecerse de placer.
-
¿Te gusta eso, señora?
-
Me encanta el champán...
-
¿Quieres probarlo?
-
Sí...
El hombre separó de repente los muslos de la señora, luego lamió su coño cubierto de champán.
- Owwwww -hizo ella al sentir su lengua ardiente sobre su intimidad.
Se incorporó entonces, y la besó apasionadamente mientras dejaba correr el champán que acababa de recoger sobre su sexo hacia la boca de la joven. Sintió el sabor cítrico del precioso néctar, pero también su propio jugo sexual...
-
¿Qué te parece este cóctel, señora?
-
Me gusta mucho -dijo lamiéndose los labios con aire pícaro-. ¿Puedo probarlo otra vez?
Vertió de nuevo champán sobre su sexo, y el cuerpo de la señora se tensó al sentir el líquido frío sobre su carne. La lamió otra vez, saboreando su intimidad con infinita gula, luego la besó para dejar correr el líquido en su boca. Los labios del joven eran tan suaves y sensuales...
Cuando sus labios se separaron de los suyos, la señora tuvo la impresión de que iba a desmayarse. La estaba llevando al máximo de la excitación.
- Tengo un poco de hambre -dijo de repente.
Esta vez, en lugar de pedirle a su colega que le trajera algo, se inclinó hacia la izquierda y tomó una pequeña caja de plástico que estaba oculta en la oscuridad. Contenía fresas. Sacó una, luego se la mostró a la señora.
-
Esta fresa es apetitosa señora, ¿verdad?
-
Sí...
-
Pero creo que estaría aún mejor con tu sabor femenino.
De repente, colocó la fresa sobre el coño de la dama, luego la frotó suavemente sobre su carne temblorosa para cubrirla de su jugo sexual. Y para asegurarse de perfumarla bien, la hundió ligeramente en su pequeño agujero... La señora se mordió de nuevo el labio inferior para no gritar de placer...
El hombre llevó la fresa a su boca, y la mordió. La señora vio el jugo rojo de la fruta correr por el labio del desconocido. Lo lamió entonces sensualemente.
- Es el mejor de los postres -dijo masajeando de nuevo la fresa sobre la vulva de la señora.
Se comió el resto de la fruta, luego tomó otra fresa.
-
¿Quieres probarla, señora?
-
Sí, señor.
Masajeó la fresa sobre su coño, lenta, sensualemente, luego la llevó despreocupadamente a la boca de la dama. Ella la mordió mirando fijamente a los ojos del desconocido, y se deleitó con la fruta jugosa perfumada con su propio olor femenino.
El hombre masajeó el resto de la fresa sobre los pechos de la señora, su vientre, su cuello, sus labios, cubriendo así su piel con el jugo rojo de la deliciosa fruta. Luego se inclinó y lamió el jugo por todo su cuerpo. Se detuvo especialmente en sus pezones, que chupó como si fueran caramelos ácidos, y la señora maulló de placer...
Finalmente, metió la fresa en su boca y la mordió. Después, besó a la señora, enroscando su lengua alrededor de la suya mientras dejaba correr el jugo de la fresa entre sus labios. Se deleitó con la lengua del desconocido y la fruta aplastada en su boca...
Se volvió por fin hacia el hombre mayor. Ella vio que temblaba al hablarle.
-
Tengo un problema -le dijo a su colega.
-
¿Qué pasa?
-
La señora es tan excitante... Tengo muchas ganas de hacerle el amor.
La señora observó al desconocido con aire pensativo. Le gustaban mucho sus rasgos a la vez finos y viriles. Debía tener orígenes italianos, o quizás españoles. Había algo ardiente en él, un fuego interior que excitaba terribmente a la señora.
Se quitó la chaqueta, la corbata, luego su camisa blanca. La dama se estremeció cuando se quitó el pantalón y la ropa interior. Las esposas empezaban a dolerle en las muñecas, pero no le importaba. Atisbó su virilidad en la oscuridad. Estaba erecto como un loco por ella, y su sexo parecía especialmente grande y grueso.
A la señora le gustaba sentir el cuerpo cálido y poderoso del desconocido sobre el suyo. Era tan agradable, y tan prohibido... Por un instante, se preguntó qué pensarían su marido y sus amigos si la vieran ofrecer su cuerpo a un desconocido, y ese pensamiento la excitó aún más...
Abrió los muslos para ofrecerle su coño... Sintió entonces su grueso y potente sexo frotarse contra su húmeda hendidura. Luego se hundió suavemente en ella, su polla erecta separando las paredes húmedas de su dulce vaina...
-
Ohhh, es tan bueno, señor... -gimió en su oído.
-
¿Te gusta, mi putita? -dijo besando los temblorosos labios de la dama.
-
No... -murmuró-. Me encanta...
Comenzó a ir y venir dentro de ella, besando sus labios, su cuello, sus pechos... Le gustaba su forma de hacerle el amor, tan viril y sensual... Y adoraba el hecho de estar atada, y no poder defenderse... Estaba viviendo una intensa sensación de abandono, y nunca se había sentido tan mujer en toda su vida.
- Eres tan sexy, señora... -repitió mientras besaba su boca.
Las palabras del desconocido excitaban tanto a la señora... Sentía que ya estaba al borde del orgasmo.
-
Creo que voy a correrme -dijo en su oído.
-
Déjate llevar, señora. Quiero admirar tu orgasmo.
De repente, la dama comenzó a subir y bajar su pelvis hacia el desconocido mientras él le hacía el amor. Tenía sed de sexo... Se mostraba muy golosa.
-
Me gusta lo que haces, señora. Me gusta tu pequeña danza.
-
¿Las otras mujeres hacen el amor tan bien como yo?
-
No. Tú eres mucho mejor que ellas.
La respuesta del hombre precipitó el orgasmo de la señora. Se corrió de repente sobre su polla, gritando de placer mientras él le mordía suavemente el cuello. Mientras era sacudida por intensos espasmos de placer, oyó al desconocido gemir también, y sintió su cálido semen verterse en el preservativo. La sensación de su ardiente savia llenando su intimidad era increíble...
- Sí -dijo mirándolo directamente a los ojos-. Correos dentro de mí...
Se corrieron una y otra vez, él yendo y viniendo aún más rápido dentro de ella, mientras ella continuaba subiendo y bajando su pelvis hacia él. Se follaban mutuamente, disfrutando de sus respectivos cuerpos como si no hubiera un mañana.
Por un instante, la señora creyó que el mundo había desaparecido a su alrededor. Nada importaba, aparte de aquel apuesto desconocido y su cuerpo que le daba tanto placer.
Tras unos minutos de indescriptible éxtasis, el hombre se dejó caer suavemente sobre ella. La estrechó entre sus brazos, y sus cuerpos sudorosos parecieron fundirse en uno.
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