Hace calor, bochorno incluso. Por suerte, al fin llegamos a nuestra cala habitual, desconocida para los turistas porque se necesitan casi treinta minutos de caminata bajo el sol para acceder a ella. Dejamos nuestras pequeñas mochilas. Cojo una botella de agua y bebo un gran trago. Y decido ir a darme un baño inmediatamente; en lo que me quito el short y la camiseta, ya estoy completamente desnuda, dirigiéndome hacia el agua. Mi marido prefiere quedarse en la playa, a la sombra de una roca.
En cuanto mis pies tocan el agua, me siento mejor. Avanzo y pronto las pequeñas olas lamen mi sexo. Es agradable, es suave. Continúo avanzando y cuando el agua alcanza mis pechos, empiezo a nadar. Pequeñas brazadas de braza primero. El fluir del agua bajo los brazos, los pequeños remolinos cuando abro las piernas, es muy placentero. Nado así durante unos minutos y luego paso al crol. Solo por el placer de nadar, pues no me gusta mucho esa forma de avanzar. Sin gafas, no se ve gran cosa y el agua resbala por el cuerpo sin detenerse. Así que, al cabo de un momento, paso a espalda. Me gusta levantar la cabeza de vez en cuando y ver mis pechos flotando y las pequeñas olas entre mis piernas. Continúo un rato antes de ponerme de flotación. Es la ventaja de esta cala: las olas son suaves y se puede flotar sin dificultad. Me dejo llevar por el sonido del agua en mis oídos, por mis pechos mirando al sol, por el agua que va y viene entre mis muslos. Casi me duermo...
—¡Hola!
Me sobresalto. ¿Quién está aquí, si el lugar siempre está desierto? Dejo de flotar y me incorporo rápidamente. Es un hombre, de unos cuarenta años.
—Hola —repite.
—Hola —acierto a balbucear.
Y me doy cuenta de que estoy desnuda en este lugar desierto.
—¿Cómo ha llegado? Estamos solos en esta pequeña playa.
—En la pequeña playa, quizá, pero si rodea esas rocas, hay otra playa y por ahí he venido.
—Llevamos varias semanas viniendo a esta playa y nunca he visto a nadie. Por el mar, como indica, hay al menos un kilómetro hasta la otra playa.
—Exacto. Pero quizá podríamos ir cerca de esa roca. Hay unos metros de arena y podríamos hacer pie; sería más fácil para continuar nuestra conversación.
Asiento y lo sigo. Tiene razón, hay arena y hacemos pie. Me mira sonriendo.
—¡Veo que llevamos el mismo traje de baño! —dice riendo.
Me doy cuenta de que estoy totalmente desnuda ante este desconocido. Él también está desnudo y veo que su pene, sin estar completamente erecto, dista mucho de la flacidez... Continúa:
—El único riesgo con este atuendo es la quemadura solar. Mire la parte superior de mis nalgas, empieza a pelarse pero estaba completamente rojo hace unos días. ¿Y usted, sin enrojecimientos? —dice examinándome—. ¡Sí, como yo! Y pasa sus manos por la parte superior de mis nalgas.
—¡Eh! ¡No se toca sin permiso!
—Fue espontáneo, discúlpeme. Y lamento que no haya tenido enrojecimientos en los pechos. Podría haber hecho esto.
Y al decirlo, posa las manos sobre mis pechos.
—¡Usted, al menos, no carece de descaro!
—¿Por qué, es tan desagradable?
No le digo que no porque es simpático y empiezo a disfrutar de este juego. Le cojo las manos y las aparto.
—Es usted muy hermosa —dice rodeándome la cintura.
Dejo que lo haga. Sus manos suben y bajan a lo largo de mi torso. Sus palmas rozan los pechos. Descienden cada vez más por detrás y, al cabo de un momento, están directamente sobre mis nalgas. Vuelvo a dejar que lo haga. Ahora tengo ganas de ir más lejos. Él lo ha entendido y sus manos suben, acariciándome los costados de los pechos. Me gusta. Se envalentona y los toma completamente en sus palmas. Vuelve a las nalgas, juega con ellas, va al vientre y desciende. Sus dedos acarician los pocos vellos que dejo en mi pubis, se deslizan sobre mis labios sin intentar penetrar. Todo mi cuerpo lo disfruta.
A mi vez, voy al encuentro de su cuerpo. Mis manos están sobre su pecho, jugando con los pocos vellos, subiendo y deslizándose por su cuello, sus mejillas, sus hombros, bajando por su espalda, llegando a sus nalgas que juzgo musculosas. Vuelvo a su vientre y finalmente toco su sexo. Ahora está muy erecto. Juego un poco con sus testículos, subo por el tallo y le retraigo el prepucio. Con la yema de un dedo, lo rodeo suavemente, cosquilleo el frenillo. Lo siento estremecerse, rodeo su pene entre el pulgar y el índice y aprieto. Siento las palpitaciones, aumento la presión hasta que eyacula. Mi vientre y mis muslos reciben su semen.
—¡Mi marido se preguntará dónde estoy! —digo sonriendo al cabo de un momento—. Tengo que irme.
—¿Hay posibilidades de volver a vernos?
—¿Por qué no? Mañana, misma hora, mismo lugar.
Me besa delicadamente en la boca, me doy la vuelta y avanzo en el agua enviándole un beso con la punta de los dedos.
Al día siguiente... ¡nada! Se ha levantado viento, muy fuerte, y no dan ganas de ir a la playa. Al siguiente día, ha vuelto el buen tiempo; rumbo a la cala. Solo llevo un pequeño traje de baño. En unos segundos, al llegar, deshago los nudos y cae sobre la arena. Mi marido duda y finalmente dice que se bañará a última hora de la tarde.
Allá voy. Camino en el agua, braza, crol, espalda, flotación, alterno cuando una mano me toca las nalgas mientras sueño. Grito y veo emerger... ¿a quién, por cierto? ¡Ni siquiera intercambiamos nombres! En fin, ÉL emerge.
—Hola, hola, bella náyade —dice.
Y me besa con mucha ternura mientras una de sus manos reexplora mi cuerpo.
—¿Y si vamos al mismo lugar que anteayer? ¿Lo reconoce? Está justo ahí, a unos diez metros.
Unas brazadas más allá, estamos en nuestra minúscula playa. Me tumbo en los pocos metros cuadrados que me asignan para recuperar el aliento. Y él continúa la exploración de mi cuerpo, completamente expuesto al sol. Me encanta su forma de hacerlo, yendo de un punto a otro rozando.
Todavía tengo calor y vuelvo al agua para refrescarme. Solo dos minutos, pero al regresar, él ha tomado mi lugar y es él quien está tumbado. Me arrodillo cerca de él, me inclino y lamo su cuerpo. Parece disfrutarlo porque su pene se endurece cada vez más. Le doy unos lengüetazos, acaricio sus testículos y lamo su vara durante largos minutos. Meto el glande en mi boca. Me quedo así, limitándome a hacer girar mi lengua alrededor, aspirando ligeramente. Ahora está muy rígido. Estaba sentada sobre mis talones. Me levanto un poco, paso una pierna sobre las suyas, avanzo un poco para poner mi sexo justo encima del suyo. Lo tomo, lo pongo en posición correcta, bajo y suavemente, me hago penetrar. Dirijo la penetración bajando, levantándome un poco. Literalmente lo masturbo y, a ese ritmo, no resiste mucho. Justo el tiempo para levantarme un poco más, su pene sale y lanza bien alto un fuerte chorro de semen.
Quedamos unos instantes en silencio. Al final, me pregunta:
—¿Cómo te llamas? Yo soy Alain. ¿Y no crees que podríamos tutearnos?
—Si quieres. Yo soy Marie, como la Virgen.
Se ríe.
—Tengo algo que pedirte, Marie. Hablé de ti a un amigo y no quiere creerme. Si mañana le digo que venga, solo para que te vea, ¿te molesta?
—¡Y después será tu primo, tu vecino de escalera, tu colega, etc.! Bueno, me lo has pedido, acepto por ese amigo. Pero será el único. Y solo para un apretón de manos. Con eso, adiós, mi marido se preocupará.
Le doy un beso en la nariz y lo dejo allí. Solo me tomo tiempo para lanzarle:
—¡Hasta mañana! Y me voy con un espléndido crol, las nalgas al sol.
Al día siguiente, dejo la pequeña cala mientras mi marido se tumba con un libro a la sombra de su roca favorita. No se da cuenta de que, por una vez, he conservado mi pequeño traje de baño. Nado como siempre, refunfuñando un poco contra este traje que siento. Además, tengo clara la impresión de que tengo un pecho fuera, lo cual se confirma cuando me pongo de espaldas. Arreglo un poco mi atuendo porque llego a destino. Alain y su amigo ya están en nuestro pequeño banco de arena. Un beso en la mejilla a Alain y un apretón de manos a su amigo.
—Entonces, ¿ves? —dice Alain dirigiéndose a su amigo— que se hacen buenos encuentros nadando un poco.
—Tienes razón, tu amiga es muy guapa. Y, dirigiéndose a mí: me llamo Yves y tú eres Marie, ¿verdad? ¡Puedes tutearme si lo deseas!
—Sin problema.
Hablamos de cosas varias. Me he sentado en la arena a su lado. Y con el sol que pega, no tardo en tener los hombros quemando.
—Bueno, antes de que esté completamente achicharrada, ¡vuelvo al agua!
Doy unas brazadas y los chicos se unen a mí. Jugamos un poco a salpicarnos y, evidentemente, a fuerza de levantar los brazos con grandes gestos, uno de mis pechos asoma la punta. Lo recoloco pero un minuto después es el otro el que se aventura fuera. Alain se da cuenta y me dice:
—Creo que harías mejor en dejarlos libres como los otros días. ¡Ellos lo desean!
No le falta razón. Su amigo no parece un obseso. Deshago el nudo y lanzo el sujetador hacia la roca... pero no con suficiente fuerza y se hunde en el agua.
—Voy yo —me grita Alain.
Se zambulle y sale para decirme que lo ve. Se zambulle de nuevo y tras unos diez segundos, sale con el objeto y lo deja en la arena.
Se dirige hacia nosotros, se zambulle otra vez y siento de repente sus manos que agarran los lados de mi braga y la deslizan sobre mis muslos. Me resisto un poco por apariencia y él gana. Con su pie, la hace deslizar a lo largo de mis piernas y la braga se desliza a su vez en el agua. Alain sale para recuperar un poco el aliento y se vuelve a zambullir, agarra mi braga y va a dejarla junto al sujetador. Aquí estoy completamente desnuda con dos hombres.
Por cierto, ¿Yves está desnudo o en bañador? No me he fijado. ¿Y si voy a ver? Un bonito salto de pato saca mis nalgas del agua —si no había entendido lo que acababa de pasar, ¡ahora está claro!— y veo a un hombre en bañador. Yves, pues. Me acerco a él y hago lo que me hizo Alain, le bajo el bañador de un tirón. Está sorprendido, se resiste pero logro bajar su prenda y subo llevándola triunfalmente hasta la roca donde se une a mi ropa.
Aquí estamos ahora como en el paraíso, desnudos los tres. Continuamos nuestros juegos acuáticos, salpicándonos y esta vez, mis pechos están ofrecidos a la vista de estos señores. ¡Y veo que miran!
En un momento, Alain me persigue y nado rápidamente para escaparme pero tropiezo con Yves. Me atrapa en sus brazos, inmovilizándome. Alain me alcanza y, dándome palmaditas en las nalgas, me dice:
—¿Así que intentas escapar?
Fingiendo ser una niña asustada, respondo:
—Me da miedo, señor.
—No tenga miedo, solo le deseo bien —dice deslizando esta vez un dedo en mi raya.
—Sí, pero su amigo tiene un gran garrote que siento delante de mí. ¿No me hará daño? —digo con afectación.
—Pero no. Además, venga por aquí donde hacemos pie.
Yves me carga y sigue a Alain. Ahora estamos de pie y el abrazo se afloja. Mis brazos están libres y aprovecho para agarrar el sexo de Yves.
—Esto es interesante. Y le retraigo el prepucio. Vamos a tumbarnos.
Lo empujo suavemente de espaldas. Su pene está erecto y, sin más espera, me tumbo sobre él y lo guío hacia mi coño. Me contraigo, me relajo y, con este pequeño juego, lo siento hincharse dentro de mí.
Alain ha seguido y me acaricia las nalgas. Ser penetrada por un hombre y acariciada por otro, ese es un placer que nunca había conocido... Alain tiene otra idea. Sus dedos exploran ahora mi raya, van a mi vulva, suben a mi ano. Excita mi pequeño agujero suavemente, poniendo un poco de saliva. Siento su dedo que fuerza un poco, penetra milímetro a milímetro... Una falange, dos y pronto tres falanges exploran mi culo. Me encanta. Sale y vuelve con un segundo dedo. Siento que fuerza y que mi esfínter tiene dificultad para dilatarse. Lo logra con suavidad y ahora son dos dedos los que me revuelven. Un placer sentir la polla de Yves y los dedos de Alain. Pero Alain se retira e inmediatamente siento que vuelve, pero con su sexo. La entrada ha sido preparada por sus dedos y, como está muy erecto, tras el glande, no tiene problema en penetrarme y siento los vellos de su pubis contra mis nalgas. Qué bueno sentir a estos dos hombres dentro de mí al mismo tiempo. Yves tiene contracciones y siento que pronto va a correrse. Yo misma siento el orgasmo subir y cuando Alain emite un gruñido, los tres corremos casi juntos. Unos minutos de relajación y es hora de que me vaya. Doy un beso a los dos hombres y me zambullo.
Una voz me llama:
—¡Uh uh! ¿No olvidas nada? —dice Alain agitando mi traje de baño.
Doy media vuelta, me pongo la braga, el sujetador —y Yves aprovecha para ayudarme a colocar los pechos en las copas— y me voy.
—Hoy has nadado mucho —comenta mi marido.
—Sí. Al final, había dos nadadores que venían de la playa grande y charlamos un rato.
—¡Deportistas de verdad que no temen nadar mucho! Y pienso, ¡menos mal que por una vez habías conservado tu traje de baño!
—¿Por qué? ¿Te habría avergonzado o celado que estuviera desnuda ante dos hombres? ¿O te habría excitado? Ya me habías hablado de tu deseo de verme hacer el amor con otro hombre.
—Creo que celoso y excitado a la vez.
—Pues mañana, ven conmigo. Si por casualidad están aún allí, podrás saber si los celos superan a la excitación. ¡Y yo estaré desnuda!
Al día siguiente, mi marido cumple su palabra y viene a nadar conmigo. Desnudos los dos. Hemos escondido nuestras cosas tras una roca pero como nunca hemos visto a nadie en esta pequeña cala, apenas hay riesgo de sorpresa desagradable al regresar.
De lejos, veo que Alain ya ha llegado. Él también nos ha visto. Atracamos en los pocos metros de arena. Salgo del agua completamente desnuda.
—Te presento a Alain, un muy buen nadador. Alain, te presento a mi marido.
Él ha salido del agua y veo enseguida por su pene que la situación no le desagrada, verme desnuda frente a otro hombre, otro hombre que no es ni médico ni fisio.
Los dos hombres intercambian un apretón de manos.
Veo que Alain está un poco turbado. No tiene erección en absoluto. Charlamos como personas que se han encontrado en la playa... La conversación deriva hacia los trajes de baño y su contrario, la desnudez. Y todos estamos de acuerdo en que la desnudez es el mejor atuendo para nadar. Y fustigamos a los competidores y sus trajes de neopreno. Hace calor y nos zambullimos. Como ayer, juegos acuáticos. El ambiente es simpático. Mi marido está visiblemente feliz de ver que Alain me mira a menudo. En un movimiento, me encuentro pegada contra él.
—Vaya cerdo —digo tomándole el pene—, parece que te gusta.
Me besa en la boca y me manosea los pechos.
—Eh, Alain nos mira, le vas a dar ganas...
—Tengo la impresión de que está erecto ahora. ¿Le ofrecemos más?
Y recomienza el manoseo de mis pechos, mis nalgas, acercándose a Alain. Al cabo de unos instantes, Alain está a mi espalda. Sin que yo lo vea, mi marido le hace una pequeña señal, invitándole a pegarse a mí. Lo cual hace. Y siento inmediatamente su polla erecta entre mis nalgas. Y sus manos, que me sujetaban por la cintura, suben ahora hacia mis pechos. Toca las manos de mi marido. Éste se aparta un poco y Alain me agarra los pechos con ambas manos delante de mi marido. El pene marital está erecto, lo atraigo hacia mí y lo dirijo hacia mi raja. Estoy suficientemente excitada para ser penetrada en el agua y, efectivamente, no tiene dificultad en penetrarme. Alain me ha agarrado las nalgas con ambas manos y es él quien marca el ritmo, empujándome y tirando de mí sobre el pene de mi marido. Siento llegar el orgasmo y me contraigo para que él también corra, lo cual ocurre en segundos.
Silencio. Tiempo para bajar y vamos a los pocos metros de arena. Alain se desploma de espaldas. Mi marido lo mira.
—Parece agotado. ¿No crees que merece una pequeña recompensa?
Lo miro, sorprendida. Me señala su pene y pasa un dedo por mi boca. Lo he entendido. Me arrodillo sobre él, mis nalgas a la altura de su rostro. Me inclino y lamo su sexo salado. Le retraigo el prepucio y engullo su glande. Mientras tanto, él ha levantado un poco la cabeza y me lame la vulva. Su lengua recorre toda mi intimidad y ahora cosquillea mi clítoris. Qué bueno. Más aún porque mi marido me mira... Corro de golpe y casi muerdo a Alain. Acentúo mi felación y eyacula en mi boca. Está caliente, salado... y trago.
Alain emerge al cabo de un momento y nos agradece.
—¡Todo el placer es nuestro!
Lo beso y mi marido le da una palmada en el hombro.
—Por cierto, ¿has venido solo hoy? ¿Tu amigo de ayer estaba cansado?
—No, pero no es muy buen nadador, como había comido un poco demasiado, prefirió abstenerse. Pero si quieren volver mañana, puedo decirle que haga un esfuerzo.
—Vale. Estaremos aquí —digo mirando a mi marido—. Con esto, nos vamos.
Llegados a la cala, charlamos de lo que nos acaba de ocurrir. Parece visiblemente feliz. Su sueño acaba de realizarse. ¡Y aún tiene erección! Una sola solución: me pongo a cuatro patas sobre la arena y me toma en levante. Excitado como está, eyacula en minutos.
—Gracias —me dice—. Nunca hubiera creído que te atreverías.
—¿Por qué? ¿Crees que una mujer no puede desear ser vista desnuda y ser poseída por dos hombres? Desde hace tiempo que me hablabas de ello, he tenido tiempo de pensarlo y la idea acabó gustándome. Solo faltaba la ocasión. Es decir, Alain, que es un chico encantador, entre nosotros. ¿Vamos mañana? ¿Aunque esté su amigo?
—¿Por qué no?