La vergüenza del sábado por la noche - Parte 1
Escribir este relato es la penitencia elegida por mi marido por haberle sido infiel más de lo debido... ¡¡¡Quería dejarlo claro!!! No solo nunca había sentido tanta vergüenza como aquel sábado por la noche, sino que además voy a sufrir una verdadera humillación al detallarles el contenido. ¡Pérdida de tiempo para mi hombre... la vergüenza es ahora un verdadero estimulante para mí y quizás la humillación pública lo sea algún día! Sin embargo, antes de ser quemada viva en la plaza pública, espero obtener la absolución describiendo mi recorrido psíquico aquella noche.
Antes que nada, una descripción de mi búsqueda será útil para entender mejor mi estado mental...
En general, los perfiles atípicos siempre me han seducido especialmente, empezando por mi marido. Al principio de nuestra relación, me impresionaba su experiencia en el entorno libertino y su mentalidad abierta, sintiéndome muy pequeña junto a él.
Hoy en día, aún huyo de la normalidad y me atraen naturalmente los hombres que viven y asumen sus fantasías. El mío me incita desde hace varios años a superar mis límites sexuales y asumir mi lado de perra. La sensación de ser amada por lo que soy me da en ocasiones una gran sensación de libertad y felicidad... aunque en la práctica, ¡no siempre sea tan sencillo!
En nuestra práctica cornuda, cuando elijo un amante, mi búsqueda se orienta hacia personas originales y sobre todo desinhibidas. Cuando surge una verdadera conexión, mi deseo profundo es construir una relación duradera que permita una complicidad creciente y una entrega progresiva conforme se establece la confianza. Cada personalidad ilumina una faceta de la mía y mi marido se beneficia en consecuencia de lo que aprendo sobre mí misma.
El amante que veo con más frecuencia me hizo tomar una nueva dirección porque asume totalmente cambiar en su sexualidad, sea hetero o bi. De hecho, disfruta tanto siendo dominante como sumiso. El hecho de cambiar de postura mental para conocerse mejor a uno mismo y entender mejor a la pareja me llamó realmente la atención cuando lo conocí. Para mí era prueba de una curiosidad cierta e incluso de una mayor tolerancia hacia sus parejas. Cuando lo discutimos por primera vez, me pareció de repente evidente que uno no puede hacer vivir un rol al otro sin haberlo experimentado uno mismo. ¡En fin... cuando uno se interesa un mínimo por lo que siente su compañero de juegos!
Dentro de nuestra pareja, también hemos hecho evolucionar nuestra sexualidad variando nuestros "personajes" y experimentando cosas nuevas como el uso de un consolador para mi marido. Una vez superados los prejuicios, esta práctica llegó a ser muy apreciada por ambos. Además, entre otros fantasías, ver o imaginar a dos hombres juntos hoy me estimula mucho a pesar de los tabúes existentes alrededor de este tipo de prácticas.
Lo que me proponía mi amante coincidía con mi aspiración de vivir cosas atípicas. Muy rápidamente, surgió una complicidad entre nosotros hasta el punto de que me solté totalmente en nuestros intercambios escritos. Hay que decir que nos parecemos mucho en numerosos aspectos, lo que facilita nuestro entendimiento.
Desde el principio, nos encanta divertirnos con las palabras, insultarnos y compartir nuestras fantasías delirantes sin sentirnos juzgados... ¡viviendo locos paréntesis en nuestras respectivas vidas! Así que rápidamente le confié mi mayor fantasía y lo llevamos a cabo... que me follen "a pelo". Me da un poco de vergüenza decirlo pero así es.
Mi marido, conociendo mi "punto débil", ya me excitaba de vez en cuando con este fantasía persistente. Luego, esta "idea fija" se concretó con mi amante, prueba en mano. Nuestros encuentros se espaciaron luego por diversas razones y volvimos a protegernos sin hablar más del tema... Había renunciado de mala gana a esta idea aunque me masturbaba regularmente pensando en pollas grandes desconocidas que me follaban sin miramientos y sin protección. ¡Menos mal que la imaginación está ahí para satisfacernos como mínimo!
Paralelamente, en nuestra búsqueda perpetua de nuevas emociones, mi marido empezó a hablarme del sentimiento de vergüenza que era, según él, un potente afrodisíaco. La evocación de esta emoción me hizo considerar inmediatamente una multitud de posibilidades. Ya había notado que sus reflexiones repetidas sobre mi estatus de "perra en celo" o de "puta grande" me procuraban efectivamente esa vergüenza que calificaría de "deliciosamente perversa". Pero el deseo de explorar más esa sensación casi desconocida empezó a obsesionarme. Reconocía que una pequeña vergüenza podía ser estimulante pero... ¿cómo sería sentida poderosamente?
Como si eso no fuera suficiente, mi amante me confió que a él también le gustaba sentir vergüenza, especialmente cuando quería asumir su lado femenino con otro hombre. Debo admitir que en varias ocasiones me sorprendí muy excitada por películas porno que mostraban a dos hombres bi, a veces acompañados por una mujer. Y me sorprendí aún más de no encontrarlo desvirilizante. ¡Al contrario! Debo decir que esas imágenes empezaron a obsesionarme cada vez más y así fue como las integré naturalmente a mi fantasía... sin vergüenza particular.
Pero una pregunta quedaba pendiente: ¿Qué podría generarme ese sentimiento tan buscado?
Como tarea para las vacaciones, pedí pues a mi amante que "trabajara" escenarios que me/nos procuraran ese poderoso estimulante de vergüenza. Pasaron semanas sin ninguna realización real. Me decía que quizás algún día...
Por el momento, seguía acariciándome con mis fantasías favoritas... y recurrentes: dos hombres juntos... ¡y el amor sin condón!! ¡El solo hecho de escribirlo me produce además un poco de vergüenza!
A finales del verano, en el transcurso de una discusión escrita con mi cómplice, me informó de que estaba invitado por quien llama "su viejo". Entendí que además de ser una persona del mismo sexo, la edad de este hombre, quince años mayor que él, era una forma de sentir intensamente esa misma vergüenza. Y así fue como me implicaron en este proyecto de encuentro entre ambos. Me pedía ayuda para decidir encontrarse con ese individuo cara a cara, algo inhabitual para él. Queriendo apoyarle al principio, hablé con él como habría hablado con un amigo. Pero rápidamente me sentí en la piel de una dominatriz virtual al ver una oportunidad de vivir este fantasía. Así que pronto le empujé a aceptar esa invitación sin rodeos. También me confesó que sin mi mirada, su vergüenza y por tanto su excitación serían menores, lo que me motivó luego de forma incondicional.
Le conté a mi marido este proyecto y mi placer de someter a mi amante tratándole como una puta en ciernes. ¡Ups! Me metí totalmente en el juego, sorprendiéndome a mí misma de la excitación permanente que generaba tanto en mi sumiso como en mí. El ambiente estaba impregnado de una forma de frenesí que parecía imposible de detener. Había entre nosotros una forma de exaltación asociada a una total impudicia. Además, el hombre maduro le había impuesto travestirse para la ocasión y esa idea me volvía loca. ¡Encontraba este juego delirante y tan... atípico que solo pensaba en eso!
Mi diversión consistía en ponerle en el mayor de los aprietos. Exigía entre otras cosas poder comunicarme con su dominante para añadir a su temor tan estimulante. Por iniciativa mía, un juego virtual a tres con ese desconocido se puso en marcha hora tras hora hasta el punto de tener la sensación de que iba a vivir yo misma esa sesión de sumisión.
Por primera vez, abordaba un rol extrañamente parecido al de mi marido cornudo, sintiendo que me convertía yo misma en un macho que empuja a su hembra a desmandarse. Me metía cada vez más en la piel del personaje, regocijándome ante lo que podía provocar en "mi puta". Hay que decir que nuestros intercambios escritos de los últimos dos días nos condicionaban exponencialmente, haciendo subir irresistiblemente la excitación y la presión.
El encuentro entre mi cómplice y ese hombre estaba previsto para el domingo y yo quería participar de una forma u otra. Nuestros mensajes de texto del sábado nos habían hecho caer a los dos en roles bien definidos: yo me sentía muy dominante y él muy sumiso... ¡¡¡e!!!
Además, entre otras directivas, le pedí que practicara repitiendo indefinidamente y en voz alta que ¡era una puta grande! Una idea que se me ocurrió y que parecía gustarle. A mí me gustaba aquella en la que exigía que durmiera toda la noche con sus juguetes para sentirse él mismo un consolador vivo.
Pero a pesar de los numerosos mensajes directivos que le enviaba, me sentía frustrada de no poder verle físicamente. Entonces me empezó a corroer el deseo de ir a darle mis órdenes en persona. Le pregunté a mi marido:
- "¿Te molesta si voy a verle un momento para decirle lo que espero de él?"
Visiblemente, entendía que fuera importante en el juego y no veía inconveniente. Estas últimas horas, un hormigueo de ideas había invadido mi mente para que quien se había convertido en "mi puta" se sometiera a ese hombre al día siguiente. Y estaba decidida a intimarle mis órdenes agarrándole los huevos... ¡¡¡re-ups!!! Media hora máximo sería más que suficiente para ello y mi mayor deseo era dejarle plantado en su cama en posición de "mujer ofrecida" lista para ser follada.
Esta necesidad de dominarle totalmente me daba un sentimiento de omnipotencia y habría apostado a que una dosis masiva de testosterona circulaba por mis venas. Por lo demás, solo era un justo retorno de las cosas dado que él me dominaba en cada uno de nuestros encuentros. Mi estado era el resultado de una acumulación de frustración... ¡la de no haberme podido vengar de todo lo que me había hecho sufrir hasta entonces!
Me deleitaba con el dominio psíquico que podía, por una vez, ejercer sobre él, bien consciente de que era un estado efímero.
Para reunirme con él, elegí un vestido corto negro, ceñido en las caderas, prolongado por dos paños de tela desmontables que cubrían mis pechos, todo sujeto por un collar. Estaba desnuda por debajo y unos tacones altos de tiras terminaban mi atuendo. Desde nuestra cama, mi marido me dejaba prepararme mientras daba su opinión. Me aconsejó recogerme el pelo en coleta dando aparentemente un aire más severo asociado a un maquillaje un poco marcado...
¡Una energía increíble me trascendía! Estaba toda excitada ante lo que iba a imponer a mi sumiso y detallaba mi proyecto a mi marido que como respuesta me sonreía. Me confesó estar encantado de que experimentara una nueva faceta de mi personalidad. Al irme, prometí volver rápidamente.
En efecto, mi único objetivo era dar mis instrucciones y ni mucho menos la idea de que me follaran. Además, no tenía ganas... cosa que además había precisado a mi hombre. Estaba totalmente absorbida por mi proyecto de sumisión.
Por lo demás, unos minutos después de subir a mi coche, pedí a "mi perra" que me esperara desnuda en su entrada con las manos unidas en la espalda. Como respuesta, recibí un "¡¡¡Cabrona!!! ¡Es que no estoy bastante excitada!!!!?" Creí en ese momento que su excitación había bajado y que se negaba a obedecerme, cosa que no dejó de enfadarme. Estaba dispuesta a despreciarle hasta el fin de los tiempos cuando comprendí que había un malentendido y que en realidad, mi petición solo acentuaba su excitación.
Mientras me esperaba, había decidido ponerse en posición de espera sin haber recibido orden alguna. Esta idea me deleitó y reforzó mi sentimiento de poderío. Lo veía como un objeto sexual puesto a mi disposición y esa sensación me aportaba una satisfacción total. Conocía el grado de su excitación y me regocijaba de acentuarla aún más para mantenerle en una frustración extrema hasta el día siguiente.
Llegué pues delante de su casa con la mayor seguridad. De costumbre, cuando me recibe, pronto acabo de rodillas como una buena sumisa... ¡consentida! Aquella noche, las condiciones eran totalmente diferentes y me encantaba ese cambio. Mientras subía en el ascensor, me le imaginaba a mi merced esperando en medio de su entrada. Planeaba rodearle como una fiera en celo.
Pero al cruzar la puerta que tenía libertad de abrir, lo descubrí justo detrás, apoyado contra la pared. La penumbra de la habitación ponía de relieve su torso y el tono que tomaba su piel era especialmente erótico. Su rostro expresaba sin hablar una excitación contenida. Estaba ofrecido, con las muñecas atadas en la espalda sin saber qué le esperaba. Esta visión me turbó lo suficiente como para cuestionar mi capacidad de resistirme a él; un instante de desestabilización que, esperaba, sería imperceptible.
Pero mi determinación de poseerle retomó el control en unos segundos. Lo empujé entonces para que quedara vulnerable, en medio de la habitación. Parecía entregarse a mis menores deseos y esperar el castigo que le iba a infligir.
Tras olfatearle recordándole lo mucho que olía a perra mojada, le mordisqueé la nuca y usé los "tirones" de orejas sin poder abusar de su cabellera demasiado corta. Conociendo su sensibilidad, eso le procuraría sin duda deliciosos escalofríos y redoblaría su excitación. Su actitud y su silencio exacerbaban la sensualidad que emanaba de aquel ambiente y debía hacer un esfuerzo para mantener mi concentración...
Recuperando el sentido, proseguí evaluando su sexo, un brazo apoyado en su hombro mientras adoptaba un tono falsamente altivo:
- "¡Qué tieso está todo eso!" ...naturalmente sin masturbarle ni aliviarle. Añadí:
- "¿Sabes que tu polla tiesa y tus huevos llenos no me interesan?! Solo me preocupa tu culo". Permaneció en silencio. ¡No esperaba menos!
- "Venga, muéstrame ahora tu conejera. Tengo cosas que comprobar". Y fue dándole patadas en el culo como acabamos en su habitación.
- "¡¡¡Saca tus juguetes!!!"
- "Acabo de llegar. No he tenido tiempo".
- "¡¡¡Date prisa en ir a buscarlos!!!"
Le esperé en posición semitumbada en el colchón mientras me deleitaba con esta situación inhabitual. Me sentía a la vez muy "controladora" y realmente cómoda. De vuelta con tres consoladores de tamaños diferentes, se instaló de espaldas en medio de su lecho. Su total desnudez y el hecho de que yo permaneciera vestida con mis zapatos acentuaba el contraste de roles. Tampoco contemplaba desvestirme o que él pudiera tocarme de otra manera que con gestos que le hubiera dictado. Lo único que me interesaba era que se ejecutara para mi placer. Por lo demás, ¡el único placer que él podía obtener era el de obedecerme!
Estaba aprendiendo a ser y sobre todo... a permanecer dominatriz. Me condicionaba para mantenerme en un rol autoritario pero en el fondo, mi preocupación era darle placer mientras le frustraba para mantener su excitación.
Contra mi voluntad, imágenes surgían en mi mente: nuestros habituales cuerpo a cuerpo, las felaciones que me encanta hacerle, la dominación que él ejerce sobre mí... ¡tantos pensamientos que debía alejar lo más rápido posible!
Así que decidí apartarme de mis ensoñaciones dominándole a horcajadas. Siguió un largo momento en el que le obligué a chupar uno de sus juguetes alternando con él las caricias bucales para comparar nuestras capacidades de hundir el falo cada vez más profundamente en nuestras respectivas gargantas. En varias ocasiones, le obligué a recordarme su estatus de mujer fácil que le era imposible olvidar de esta manera.
Mientras le animaba a progresar en su aprendizaje de gargantas profundas, le recordé nuestros principios básicos:
- "¡¡¡Eres mío! ¿Entendido?!!!"
- "Soy tu puta adorada. ¡¡¡Así me gusta que me llamen!!!"
Con la boca ocupada, me respondió afirmativamente con un movimiento de cabeza "sí"... cuando, sin previo aviso, intentó pasar a la fuerza invirtiendo nuestras posiciones.
Casi cedí ante su mirada maliciosa y su sonrisa devastadora que literalmente me derriten pero resistí, metiéndome en el juego de esta lucha imprevista. Usó la fuerza de sus brazos para lograr sus fines desencadenando un duelo del que no se trataba de que saliera perdedora.
Luchando con aquel animal rabioso, pude saborear mi victoria tras recuperar el poder cuando logré bloquear sus hombros con mis piernas. Particularmente molesta, le aplasté ahora con todo mi cuerpo, imponiéndole mi sexo encima de la cara. No quería correr riesgos permaneciendo allí más tiempo. Simplemente estaba orgullosa de no haber cedido pero me preguntaba si él me había dejado recuperar el control deliberadamente...
Nuestro juego de fuerza bastó para reavivar mi deseo de dominarle. Así que decidí ponerle en la postura que había elegido para que esperara a su torturador al día siguiente. Planeaba dejarle así e irme inmediatamente.
Por el momento, no perdía de vista mi objetivo: ¡verle ofrecido a cuatro patas como una puta! Así que se ejecutó rápidamente y pude disfrutar un instante como me placiera. Le hablé con vicio recordándole que si quería que le mantuviera, tendría que ser realmente la puta más grande que la tierra haya llevado nunca.
Luego, disfruté introduciéndole varios dedos en el ano con el deseo de realizar un masaje prostático. A pesar de mi experiencia en el campo, me sentí sensiblemente torpe a pesar del deseo de hacerlo bien y por tanto no insistí más tiempo. Para cerrar nuestra entrevista y acentuar su vergüenza, le impuse para acabar un consolador en la boca, en posición de perrito con una mano en cada nalga para abrírselas mejor.
Esa era la postura que le pedí adoptar dentro de unas horas con su viejo. Y sobre todo, la encontraba particularmente humillante, sobre todo imaginando que todo el mundo pudiera observarlo así. Le dije:
- "¿Ves tu despertador? ¡En 5 minutos estarás liberado y yo... en mi coche!" Mientras lo decía, ¡me sorprendía llevar allí más de una hora! Y debía irme cuanto antes porque ¡la falta de ternura post-sexo no era para nada natural en mí!
Satisfecha de haber logrado no ceder, mi mente ya estaba abandonando ese ambiente. Dentro de un momento podría describirle a mi marido todas mis sensaciones de la noche. A punto de partir, también estaba impaciente por conocer el sentimiento de abandono que iba a infligir a mi sumiso cuando una vocecita dulce se oyó:
- "Me gustaría lamerte el coño".
¡¿Cómo?! ¿¡Lamerte el coño? ¡Eso no estaba previsto en absoluto! Creyendo ser víctima de un desdoblamiento de personalidad, una parte de mí ordenaba callarle y otra me pedía insistentemente que cediera a la tentación. Tras una breve vacilación, me puse en posición para que se ejecutara... Sentía que mi partida precipitada no le convenía pero seguía preocupada por mantenerme en mi rol.
El hecho de tener un vínculo afectivo con él no me ayudaba mucho en esta ocasión. Con un perfecto desconocido, lo habría dejado plantado. ¡Habría sido mucho más simple! En cualquier caso, unos minutos más no me impedirían dejarlo cuando lo decidiera... pensé.
En ese momento, que me lamieran y tener ascendiente sobre él me parecía totalmente compatible. ¡Las putas dominatrices deben dejarse lamer obligando a sus sumisos! Imponía pues mi coño abierto, piernas abiertas, diciéndome que tenía suerte de poder disfrutarlo. En fin, es lo que intentaba decirme... Mis movimientos apartaban la tela de mi vestido y dejaban entrever mis pechos. Esta forma de mantenerme me parecía especialmente obscena.
En cuanto a mi juguete sexual... mi consideración hacia él seguía siendo la misma. Solo servía para mi propio placer aunque su petición me dejaba entrever una eventual debilidad por mi parte. ¿Estaría dejándome manipular a pesar mío? ¡¡¡Yo que creía que un sumiso no tenía derecho a pedir nada!!!
En la duda, oculté esa idea dejándome hacer un poco más. La hora no era ciertamente de entregarse y tenía la sensación de vivir la escena desde fuera. Era consciente de que la distancia que establecía no era natural pero ¡necesaria! Había llegado a un acuerdo con mi conciencia: esta caricia bucal le contentaría y yo tomaría un mínimo de placer físico antes de irme. Me parecía un muy buen compromiso.
¡Pero no contaba con su espíritu vicioso y diabólico! Si tan solo no fuera tan ingenua...
Acerca de cecilia
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