Mi mujer, con quien descubrí el cornudismo hace algunos años, se está especializando ahora en los amantes negros. Hasta ahora le gustaba cambiarlos, pero desde hace tres meses está bajo el hechizo, incluso diría que la dominación, de un diplomático africano que la lleva al séptimo cielo en cada encuentro y al que ella empieza a estar muy apegada.
No estoy preocupado por nuestra relación, la siento lo suficientemente sólida para separar bien las cosas, y confieso que mi excitación es aún mayor cuando ella está en los brazos de este hombre que cuando pasaba de un amante a otro conformándose con momentos de "follar".
Hay que decir que para él la situación también es tremendamente excitante: se folla a una bella blanca cuando quiere e incluso cuando su marido (yo) está presente o al menos no muy lejos.
Mi mujer me ha confesado que durante sus encuentros no es raro que él le susurre al oído que le encanta hacerme cornudo, le pide que confirme que el placer que experimenta con él no tiene nada que ver con los temblores que siente en mis brazos. Le gusta pedirle que no se lave cuando regresa a casa, para que yo huela que ella es suya, para que pueda tocar su semen saliendo del bonito coño depilado de mi chica.
Me encanta saberla feliz en sus brazos, me encanta que su amante me humille como cornudo; me excito mucho cuando encuentro a gente que sabe, y que me compadece, ¡cuando esta situación me encanta!
El fin de semana pasado tuve derecho a otra humillación pública cuando, durante una fiesta en casa de unos amigos comunes, coquetearon abiertamente delante de todos los invitados (la mayoría de los cuales están al tanto de su relación), pero sobre todo cuando se ausentaron alrededor de un cuarto de hora y él se la folló en una habitación de invitados.
Al volver, con los ojos aún llenos de placer, vino a darme un ligero beso en la boca para que oliera el olor de su amante, confesándome que acababa de follársela por el culo (le gusta usar palabras groseras cuando me cuenta sus hazañas), y de vaciarse en su boca. Me preguntó si quería comprobar el estado de su coño.
Entonces tuve una erección fantástica, me precipité al baño para correrme. Las mujeres de la reunión, un poco incómodas, fingiendo no ver nada, los hombres mirándome como a un pobre cornudo y mirándola a ella como a una buena zorra con la que se follarían encantados. ¡Qué placer estos momentos para un cornudo!
Al volver a casa, mi mujer me tranquilizó sobre su amor por mí y me dio las gracias por la confianza que le otorgo al aceptar que ella pertenece parcialmente a su amante y que este hecho sea público.
Le excitan todas las miradas de los hombres cuando se pega a su amante, le encanta leer en sus ojos que se ponen duros por ella y que solo esperan el momento en que él la suelte para hacerme cornudos a su vez.
¡Paciencia, señores, vuestro tiempo llegará seguro!
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