Así es como llegué a aceptarlo
Mi querido me adora y lo hace todo por mí en el día a día. Siempre me ha halagado, me ha hecho cumplidos sobre mi físico.
Somos, ante todo, una pareja muy normal, con hijos y una vida como la de cualquier otro.
Fue él quien, primero, me propuso tener un amante para hacer el amor a tres. Tenía ganas de hacerme vivir, sentir cosas increíbles y diferentes con la ayuda o a través de otros hombres. Algo que rechacé entonces con indignación, queriendo ser fiel al hombre que amo. Aunque confieso que me perturbó un poco y me excitó mucho. Incluso me dijo una noche, durante nuestros juegos sexuales, que quería verme en orgías y gangbangs. Ver que me volvía bisexual le alegraría.
A partir de ese día, el escenario cornudo volvió a menudo a nuestros juegos sexuales; compró un juguete sexual. Pensé entonces que el cornudismo era una fantasía de mi marido y que permitía, de cierta manera, mejorar su rendimiento para su deber conyugal. Poco a poco, en nuestras relaciones íntimas, le dejaba durante nuestros juegos usar el juguete para dobles penetraciones y decirme que quería que hiciera el amor con otros hombres. Y por mi parte, al alcanzar mi placer solitario, recurría cada vez más a esta fantasía sin confesárselo nunca.
El siguiente paso fue mi vestimenta. Siempre me había gustado, desde estudiante y desde la adolescencia, vestirme de forma sexy y corta. Pero mi querido llevó las cosas aún más lejos. Me animaba a llevar prendas sexys, a veces un poco más atrevidas. Los vestidos o faldas que me regalaba debían ser cortos para lucir mis bonitas piernas y mi pequeño trasero; debía llevar solo medias, blusas ajustadas en la cintura con escotes vertiginosos, tops transparentes y ceñidos, zapatos de tacón alto o botas. Decía que se sentía orgulloso de leer en la mirada de otros hombres el deseo que les inspiraba. Terminé cediendo y debo decir que me presté al juego. La mirada de deseo de los hombres, al principio todo eso me incomodó, me daba vergüenza. Y luego, poco a poco, tomé conciencia de mi belleza. Me sentía halagada y frustrada por esta situación.
Muchos de sus amigos, nuestros vecinos, sus compañeros de trabajo, me ligaban abiertamente. No les hacía caso y rechazaba estos avances, más o menos bruscamente según su procedencia, pero sin dejar la menor esperanza.
Él solía hacer comentarios en tono de broma que los animaban abiertamente, o con frases ambiguas y una mirada llena de malicia y perversidad, por ejemplo, que yo era totalmente libre y que no vería ningún obstáculo en que tuviera amantes. Se me tomaba erróneamente por una provocadora; su comportamiento me irritaba pero al mismo tiempo me turbaba, me excitaba y me empujaba al placer solitario, imaginando a amantes vigorosos satisfaciéndome. Me decía que si mi marido lo deseaba, por qué no complacerle. Y al mismo tiempo, mi moral, mi estatus social me empujaban a persistir en mi negativa. Quería seguir siendo una esposa fiel. En las fiestas, no me engañaba cuando el hombre al darme un beso se inclinaba bien para mirar bien mi pecho. Cuando salíamos los dos, me dejaba sola en el bar con una copa... y le excitaba verme ligada por hombres.
Había ganado esa primera etapa. Ya no me negaba a participar en las salidas y con prendas que no podían pasar desapercibidas. Sin embargo, seguía rechazando los avances.
Intentaba mantener el frágil equilibrio entre mi fidelidad y esta exhibición, no ceder a las tentaciones y a las invitaciones cornudas de mi marido. Mi línea de defensa era que no por vestirse una mujer de forma sexy, incluso provocativa, debe verse obligada.
Mi adulterio comenzó, no en una fiesta, sino durante una breve visita al supermercado del barrio. Fue allí donde conocí a un chico joven y guapo que me ligó; tenía algo que me gustaba, lo encontré atractivo, su sonrisa, su estilo, en fin, era de mi gusto, mi deseo de seducirlo se multiplicó, así que seducida por su encanto acepté su invitación a tomar un café. Hablamos mucho, coqueteamos, esto avivó mi interés por él, me hacía reír, se interesaba por mí, sabía hacerse interesante, tenía ganas de agradarme y de que pasáramos un buen rato, aunque fuera más una atracción física entre nosotros que otra cosa, porque sabía que buscaba más que una simple charla amistosa. Me dio su número de teléfono para vernos de nuevo y es verdad que tenía ganas de volver a verlo, de transgredir. Esa noche, al llegar a casa, se lo conté todo a mi querido sin omitir ningún detalle. Esta "confesión" de mi encuentro, que recalco, "platónico", le excitó mucho porque quiso que hiciéramos el amor y debo decir que esa noche, me folló como no lo había hecho desde hacía mucho tiempo...
La actitud de mi marido, tras mi encuentro en el supermercado, fue determinante para lo que siguió. Consiguió su número, lo contactó explicándole su deseo de un trío conmigo y poniéndolo al tanto del marco.
Mi querido recurrió a él sabiendo que me gustaba, para obtener mi capitulación. Lo tenía todo organizado. Mi cabeza decía no cuando mi cuerpo dijo sí y los dejé disfrutar de mí.
Aunque debería haber estado furiosa por ser tratada así, no le guardo rencor a mi querido. Sin esta iniciativa, no sé qué habría pasado. O me habría vuelto loca de tanto negar lo que mi cuerpo reclamaba, o habría terminado teniendo un amante "clásico", un adulterio mezquino, fuera del marco cornudo, con el riesgo de que mi hombre y yo nos separáramos.
Y mi placer, mi felicidad, no habrían sido los mismos sin su presencia, sin su mirada amorosa y excitada sobre mí cuando hacía el amor frente a él. La comunión del placer pasaba por esos intercambios de miradas.
Mi hombre me dijo que su mejor recompensa era el placer que leía en mis ojos cuando me follaban frente a él.
Como me aconsejasteis, tranquilicé a mi hombre; hablamos mucho para ayudarle a superar su angustia por la disfunción eréctil. Lo intenté todo para darle confianza porque lo amo. Le dije que estaba enamorada de él, loca por él mismo, que era solo suya. Que sería para siempre mi único amor. Y que solo tenía un deseo, el de quedarme a su lado. Le dije que al otro no lo amaba y que solo me había servido de ese desconocido para placer, así que no corría el riesgo de perderme. Que éramos una pareja fusionada. Que si él quería, habría otros. Que él era el maestro del juego, que decidiría los escenarios, que podía organizar otras sorpresas. Y que tenía muchísima suerte de tenerle.
La enfermedad de un ser cercano hace que por ahora no podamos repetir la experiencia, pero en cuanto mejore, mi hombre me ha prometido otra noche a tres; está dispuesto a intentarlo de nuevo y superar su temor a tener otra disfunción eréctil.
Señoras, cuanto más pasa el tiempo, más pienso que la única clave para aceptar ser compartida por su hombre es la paciencia (sin presionarse), el amor por su compañero haciendo este esfuerzo por su mayor placer (porque amar también es complacer al otro), la mente abierta y las ganas de crear nuevos descubrimientos divirtiéndose. Esa noche descubrí un placer que no me imaginaba. Él me dice que me ama más que nunca, como un loco. Me había animado durante años a tener esta relación. Me dijo que le había dado la mayor prueba de amor al aceptar poner en práctica su fantasía.
Gracias de nuevo por sus valiosos consejos.
Les mando un beso...
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