Esta historia real ocurrió hace algunos años y creo que es el origen de mi inclinación por el cornudo. Julie y yo éramos recién casados, una pareja feliz sin problemas.
Durante el verano, mi mujer participó por trabajo en una estancia de supervisión juvenil: quince días de acampada en una zona turística del sur de Francia. Naturalmente, otras personas supervisaban al grupo de jóvenes, incluido un compañero al que llamaremos Máximo (nombre cambiado, por supuesto). Mi esposa es una morena menuda, vivaz, sonriente, con bonitas piernas y un pecho generoso que atrae inevitablemente las miradas masculinas (todos somos iguales...).
Era verano y los baños formaban parte de las actividades juveniles. Recuerdo que Julie usaba entonces un pequeño bikini azul que realzaba su esbelto cuerpo bronceado y, por supuesto, sus magníficos pechos, todo ello expuesto diariamente a la vista de su colega Máximo: algo para pensar por las noches bajo la tienda donde pernoctaban (en tiendas vecinas).
En una velada tras una cena con demasiado vino en el restaurante, Julie regresó achispada al campamento; sin duda Máximo tuvo algo que ver, como imaginaréis. En cuanto los jóvenes se durmieron, Máximo fue a la tienda de Julie, contigua, para continuar la animada conversación del restaurante donde ya había iniciado sus aproximaciones.
Allí, sin rodeos, comenzó a acariciarla y luego a besarla. Julie se defendió débilmente, dado su estado de embriaguez y quizás porque no le desagradaba. El caso es que, acto seguido, Máximo se abalanzó sobre los magníficos pechos de Julie, con los que debía soñar hacía días, para manosearlos ávidamente. Esto excitó enormemente a Julie, quien se dejó desvestir en un instante. Su colega la penetró de una vez, profundamente, con su polla bien tiesa, ¡como ella misma me confesó!
La folló con vigor, como deseaba, lo que complació a Julie hasta hacerla llegar al orgasmo. Yo, que entonces la creía una santa...
Pasó el resto de la noche en la tienda de mi mujer, pues no había saciado su deseo. Poco después, la tomaba de nuevo con más ímpetu para follarla otra vez y martillear su bonito coño de esposa abandonada al deseo... La penetró tres veces esa noche, ¡tal era su anhelo! Un bello homenaje para una mujer.
Hizo bien en aprovecharse, pues ella me dijo que fue la única sesión de sexo que le concedió aunque quedaba una semana de estancia... ¡y él seguía pidiendo más! Esta historia es auténtica salvo los nombres cambiados por discreción. Cada vez que la recuerdo (especialmente al acampar) me excita terriblemente y también me abalanzó sobre mi mujercita, que no pide otra cosa. Ella debe guardar un buen recuerdo.
Y desde hace algún tiempo, animo a mi esposa, ya madura pero siempre seductora a mi gusto, a disfrutar la vida y vivir nuevas aventuras... con mi complicidad.